Todo esto se acabará. Esta mentalidad de progreso unido al trasiego y el ritmo frenético de las grandes urbes terminará esfumándose de nuestras cabezas. El progreso como tal, como esa idea de tecnologizar y hormigonar todo lo que nos rodea, acabará cayendo por su propio peso. Desde hace décadas, el ciudadano de a pie, ha vivido al ritmo de las nuevas tendencias, del consumismo, del «yo también tengo que comprar eso», aunque realmente no lo necesite, ni vaya a sacarle partido. Pero todo esto tiene que cambiar, y seguro que ya lo está haciendo.

La difícil etapa que estamos viviendo en la actualidad, parece que está despertándonos, y haciéndonos ver que la verdadera crisis que tiene el mundo moderno, es una crisis de valores. No me cabe duda que el futuro camina hacia la calidad de vida, pero la calidad de vida no camina ligada al consumo desordenado, ni al estrés de trabajar para comprar, no para vivir.

Quién sabe si el futuro lo encontraremos en una granja, en un pequeño terreno donde una familia progrese conviviendo entre animales y huertos. Donde las tecnologías les sirvan para estar conectados al mundo, pero no para obsesionar sus vidas. Donde los niños crezcan alimentándose de una verdadera fuente de valores y responsabilidades, mientras sus progenitores puedan habitualmente desempeñar sus oficios desde casa. Probablemente este será el modelo de vida que anhelen los habitantes que dentro de unas décadas, hayas heredado un planeta castigado por lo que hasta hoy es «el progreso». Un modelo de vida que siguiría hacía delante, pero fijándose en el pasado, y adaptándolo al futuro. Sería sin duda una gran noticia, ver que el mundo moderno ha progresado, pero lo ha hecho avanzando hacia atrás.