En un momento en el que todo el mundo queremos sobresalir, diferenciarnos. Ser normal es probablemente el atributo que mas especiales nos hace.
Todos queremos sobresalir, todos queremos triunfar, ser diferentes, especiales, únicos. Todos queremos mostrarnos como personas originales, peculiares e incluso a veces transgresoras. Nos gusta hacer ver al resto que, con el paso del tiempo, hemos alcanzado esa excelencia. Y en muchas ocasiones lo hacemos a través de nuestra imagen, nuestra forma de expresarnos y nuestra manera de proyectarnos al mundo, mediante cosas que al final no dejan de ser banales y materiales. Y lo hacemos continuamente.
Cambiamos nuestro vocabulario cuando entramos al instituto, para adentrarnos con garantías en el salvaje mundo de la testosterona y el acné. Cambiamos nuestro estilo cuando entramos a la universidad, y así nos hacemos más creativos y modernos. Cambiamos hasta de parejas, porque nos fijamos en otras que parecen ser más interesantes y creemos nos van a dar una vida como la de las películas con escenarios en cartón piedra. Cambiamos nuestra imagen cuando llegamos a los 30, en ese fatídico momento que significa dejar de sentirse joven. Cambiamos de peinado, de barba, de gafas,… y automáticamente nuestro mundo se vuelve más intelectual e interesante. Nos adentramos en el mundo de las redes sociales e intentamos hacerlo enseñando nuestras armas más sofisticadas para impresionar al resto.
"Nos adentramos en el mundo de las redes sociales e intentamos hacerlo enseñando nuestras armas más sofisticadas para impresionar al resto."
Siempre queremos sobresalir, ser reconocidos, hacernos notar,… Pero en la mayoría de los casos no lo hacemos con nuestros actos, nuestros proyectos de vida, ni nuestro día a día. Lo hacemos única y exclusivamente a través de nuestra imagen, nuestro aspecto, y nuestra interacción con el resto. Intentamos vanagloriarnos y respirar el éxito de nuestras metas antes incluso de definirlas. Proyectamos falsas glorias y roles en nuestros hijos. Nos creemos más guapos, mas inteligentes, superiores, transcendentales, románticos, alocados. Y todo ello está muy bien para subir la autoestima, pero… ¿y la normalidad? ¿que ha sido de eso tan bueno y poco dañino como ser normal? Estamos tan preocupados en la búsqueda de todos los estereotípos que nos hacen especiales, que al final de todo, lo más especial y poco común puede que consista en ser normal. La normalidad es naturalidad, y la naturalidad es un don, ahora que todo es cada vez más artificial.
Si tienes la suerte de rodearte de personas normales, acabarás dándote cuenta que ellas son las más especiales de todas, las más auténticas. Y las admirarás. Las admirarás por esa capacidad innata de lograr pasar desapercibidos, de hacer lo que son, y ser lo que hacen. Por lo verdadero, por lo original, por lo especial… lo especial de ser normal.