Año a año, década a década, generación a generación, la cultura del esfuerzo va desapareciendo de nuestras vidas.
Ya no sólo parece que todo debe conseguirse preferiblemente de una manera fácil, sino que además nos indigna lo contrario. Nos cabrea ferozmente todo aquello que no sea inmediato o fácilmente asequible. Atrás quedan generaciones que tuvieron todo mucho más complicado que nosotros. Cuando las comodidades casi no existían y la vida te hacía fuerte muy pronto (al menos eso dicen). Lo que si es seguro es que por entonces la gente tenía que buscarse la vida ya de bien pronto. Esa es una de las grandes diferencias con el mundo actual: antes se buscaba la manera de vivir mejor a través de tu esfuerzo y tesón, y ahora se exigen vivir mejor sin esforzarse y sin ofrecer nada a cambio.
Quizá la naturaleza «autónoma» de uno, hace que veamos esto de otra manera, y nos asombre que cualquiera que esté sentado en el sofá de su casa, sin dar un palo al agua, y sin haberlo ni siquiera intentado, se sienta en el derecho de exigir una vida entre algodones. Cada vez es más habitual y común escuchar quejas de lo mal que va todo, o de aquello que no se nos da. Y es verdad que la cosa no va tan bien como podría (y peor que irá si seguimos comiéndonos el planeta). Es verdad que podríamos estar mejor. Pero… ¿y de quién es culpa eso?, ¿porqué no nos miramos a nosotros mismos?. Tal vez podríamos hacer mucho más por mejorar nuestra situación, ¿no?. Nuestros padres con un futuro no muy esperanzador, lo consiguieron con creces. Pero claro, no lo hicieron quejándose desde un sofá, o desde una red social, o desde la mesa de un bar. Lo consiguieron a base de esfuerzo.
"Nuestros padres consiguieron un futuro mejor, pero no lo hicieron quejándose en una red social, si no a base de esfuerzo."
La actualidad te deja atónito, al comprobar como las nuevas generaciones exigen toda clase de privilegios, pese a que con unos cuantos años ya por encima de la mayoría de edad, aún no han aportado nada a nuestro sistema. Desde pequeños los hemos enseñado a que gritando, llorando y dando por culo, se consigue todo. Los hemos enseñado a que su verdad es la única que vale, sus necesidades son las únicas que existen, y que todo lo que uno desea se encuentra a golpe de exigencia. Crecen siendo los mejores, sin necesidad de serlo realmente. Se hacen “mayores” muy pronto, aunque en realidad no sean capaces de afrontar ningún problema serio por ellos mismos. Y a la larga eso genera masas jóvenes, cualificadas en estudios pero no en obligaciones y responsabilidades, adaptadas a la vida contemporánea pero no preparadas para esforzarse y luchar por ser mejores. En definitiva, intelectualmente aptas, pero socialmente mutiladas.
No sólo los que vienen, también muchos de los que ya crecimos hace décadas nos hemos empeñado en exigir a toda costa, sin pensar en que es lo que nosotros aportamos. Puede que el trabajo sea un medio, y no un fin. Puede que poca gente tenga la suerte de trabajar feliz, y disfrutar con lo que hace. No hablamos de trabajar a destajo, de no tener vida, o de no ser un esclavo de tu trabajo. Pero lo que si es evidente es que cada uno debe ser consecuente con lo que puede ofrecer, con lo que hace o puede llegar a hacer, y entonces exigir acorde a ello. ¿Todos deberíamos tener los mismos privilegios? Los mismos privilegios básicos si, y a cambio deberíamos al menos luchar y crecer personalmente para tenerlos. A partir de ahí, podemos pedir que todos los animales tengan comida en su hábitat, pero no deberíamos pretender que una golondrina vuele tan alto como un águila, ni que el elefante ande los mismos kilómetros igual de rápido que una cebra. Y mucho menos, pedir que el conejo consiga su alimento diario sin salir siquiera de su madriguera.
Aquí el que escribe no es la persona mas inteligente, hábil, ni preparada de este planeta. Así que no le queda otra que matarse a diario para conseguir la mejor versión posible de su vida. Con exigencia, si, pero con esfuerzo.